Rasga hilillo de luz el firmamento que apóyase cansino en el dintel de la noche obscura. Parpadea una estrella, luego otra. Menguada luna dilúyese imprecisa y a lo lejos….corta el silencio enredado por tinieblas el mugido primero de la vacada. Poco a poco entrecruzan las sombras nuevas hebras. La aurora renueva el celaje con variados tonos. Un azul ocre da paso al violeta, cada vez más claro, que, salpicado por matices rosas se vuelve lila. Dejan su escondite los contornos. Delinéase circunspecto en todo rededor el perfil de las montañas y baja estriada la luz hacia el chaparro, en tanto el valle refúgiase aun en brazos de Morfeo. Ufano bate el gallo en sus alas la batuta con que dirige la obertura del concierto matinal. El campo todo responde al unísono desgranándose el valle en melodías. Tamborillean los chorros de leche dentro los baldes de ordeño, mientras risueñas ¨chismorrean ¨ las chaguadoras. Los jilgueros pueblan las ramas con sus trinos, en tanto el agua parlanchina y eufórica… ¨ se hace lenguas ¨ en cada salto de la acequia. Más allá, a la distancia, vibra cristalina el tañido de una esquila. Una a una, las gotas del rocío breve ascienden, desfallecientes, en cada rayo de sol y suspirando: mueren. Y con ellas, la madrugada andina ciérnese en el tamiz de la mañana.
Reluce yacente el sol sobre el collado. Avasallante, la mole obscura del Pichincha domina el Occidente, por sobre la loma de Puengasí a sus pies postrada. Hacia el Sur, el Corazón aspira embelesado el aire fresco: Atrás, los Ilinizas – de herencia mora- esconden su rubor entre cendales de niebla. Y la Viudita, coqueta del Poniente, no sabe decidir con cual condescender en sus favores. Por sobre el Ilaló, recortase en el horizonte la nieve del Cayambe. Mientras continúan en procesión hacia el Sur…Antizana, Sincholagua…..y aquí delante: despliega su poncho de retazos la visión tan familiar del Pasochoa. Hiende la tierra húmeda el paso augusto de la yunta y el surco cobra vida. Se suceden infinidad de ¨ parches ¨ en variados tonos verdes, de pasto y sembrío, hasta los pies del cerro. Mientras tanto se encaraman en sus faldas los cuadros diminutos de otros cultivos. Allí , donde los culebreantes chaquiñanes a la vista se pierden. Delinease impreciso, más arriba, el inhóspito chaparro, mientras el pajonal con su sabiduría provecta…simula arañar la escarpada cumbre donde, bien sabe, solo en cóndor mora. Ardiente el sol en su cenit recoge sudores por doquiera.
Apoteosis de color por el Poniente. Aspergea el ocaso su paleta naturalista, una y otra vez, sobre la serranía. El celaje pavonéase con su atuendo de fantasía, hecho de tiras rojas, naranjas, azules, verdes, amarillas, violetas. Amén del sinfín de matices que median entre el blanco y el negro. Las sombras ganan uno a uno los flancos de las cimas. Y el lucero primero fija un punto en el ¨ fresco vespertino ¨…sujeto por confines de horizonte. Disípase la luz, esfúmase la tarde. Entre estertores el Padre Sol bendice a sus súbditos con postreros dardos. La noche canta, prematuramente, su victoria en un puñado de estrellas. Bosteza un pórtico de adobe. Arrebújase el valle bajo su festón de calma. Apacíguase el gallinero. Un potro, siempre inquieto, junto a la cerca trota. Tendida rumia la vacada. Y desde la blanca torre de un Sangolquí soñoliento….llama a redención el “angelus” con siete campanadas.
La Carriona, Septiembre 1962.