Si Don Manuel de Falla
compusiera,
la partitura de su Vida Breve,
nuevamente,
constataría sin lugar a dudas:
que la Vida es Breve, ciertamente.
Que ha sobrevivido
de aquel pentagrama
de notas bien amadas ?
Que habían de ser perenes?
Se han desgranado todas
y yacen apagadas?
Partieron raudas, veloces,
sin duda inalcanzables,
sorteando abismos insondables
que traza la esperanza,
esperanzada,
creyendo así, atajar la desbandada.
Pero no, la vida no conoce tregua,
ni atisba un alto en el camino.
Avanza imparable,
como un ciclón,
enardecida,
atropellando los hitos del destino.
Cruel, inmisericorde, en su derrama,
sobrepasa todas las fronteras
que el entusiasmo puso, impenitente,
buscando un asidero optimista
que no fuera tronchado
por la suerte.
Mala suerte, “baraka” inexistente.
Donde se esconde el porvenir
entonces?
Pues no hay más que presente
y pasado,
un cumulo de hechos añorado.
Vida Breve, como el beso breve
que nos dejara el amor,
imprevisible.
Cuando llego súbito, como furtivo,
dejando apenas rastro,
perceptible.
Fue breve la mañana
que vino avizorando
con luces de colores
la fuga de la noche.
E instalose vehemente,
trayéndose consigo un tono de reproche.
Y luego el mediodía,
crepitante y certero,
proclamando colérico que la tarde vendría.
Para abrir su sombrilla
de brisa pasajera,
que lo mismo llegaba y lo mismo se iría.
Y a la tarde tranquila
quebrácele, inexplicable,
su regazo de calma.
El tiempo acechaba, fluía, se iba
y no había trinchera
para abrigo del alma.
Implacables las sombras
lograron instalarse
y la negritud toda
invadía el espacio
donde la Vida Breve
aspiraba a quedarse.
Todo, nada, nada, todo.
Un solo torbellino
que aparece y avanza.
No hay tiempo para el tiempo,
la existencia se esfuma
la dicha no se alcanza.
A ver: Tú, Vida Breve
del maestro de Falla,
lleva la partitura hasta el propio Parnaso.
Muéstranos exitosa, que la música puede
acallar los desánimos,
redimir el fracaso.