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Rapsoda (al Abuelo Alfonso)

De ruiseñores llena la cabeza

como la de aquellos niños

soñadores,

vástagos del coraje y la quimera

que crecen inquietos,

seductores.

Quieren partir volando,

grácil ente,

por un cielo rotundo

en purpurinas,

crisol de metafísicas

futuras,

arpegios  de presencias

cantarinas.

Forman la sinfonía,

desmembrada,

a fuerza de silencios

escondidos,

vierten la entonación

de las corales

por atrios dispersos

y pe diodos.

Aves que aletean

incansables,

dentro de una sesera

portentosa,

no conocen La Paz

ni el desencanto,

Insisten en su lucha

melodiosa.

Surgen todas las dudas,

temas, conjeturas,

proclives a enredarse

nuevamente.

Un deshojar de margaritas,

primerizas,

en pos de una verdad

inexistente.

Pero vuelve el dasafío

a ensañarse,

una y otra vez,

con el cerebro.

Que no puede dar salida

a tanta idea,

que no alcanza a vaciar

la propia fuente:

ese acervo colosal

de su palabra

y el hechizo prodigioso

de su rima.

Atisbos de pasión,

escorzos de ternura,

terminan envueltos

por las nubes.

Que impiden irradiar

toda su fuerza.

Frenéticos bemoles

sostenidos.

Afanes irredentos

de hermosura.

Dic. 2012.

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