Quiébrate espíritu en lágrimas amargas.
Mécete alma en el canto de los muertos.
Veo la cruz erguirse ante mis ojos
y siéntome en ella con los brazos abiertos.
A tu siniestra mi Dios, allí me corresponde
expiar el crimen de las culpas mías,
no supe seguir las enseñanzas tuyas:
el mal ladrón seré en mis agonías.
No habrán relámpagos ni truenos en mi muerte,
vendrá tan solo la oscuridad miedosa,
postrer poema de amor entre los labios
y en mi mente la imagen de la hermosa.
Clemson, Octubre 1960