Ya llega la nostalgia
puntualmente a su cita,
servil al calendario
de las vivencias propias.
Qué lejos se columpian
los juegos infantiles,
tras las ramas precoces
de los jardines nuevos.
Vinieron con los goces
de los primeros años,
de tiza en las manos
y besos en la frente.
Suprema arrogancia
de esos días de antaño,
cuando siempre alumbraba
una mañana bella.
Juventud expresiva
de paganas liturgias,
con las copas tan llenas
que el fondo no asomaba.
Los nenúfares puestos
en los juegos del agua,
relataban historias
de odaliscas infieles.
Alboradas de chispas
brillantes y sensuales,
precedidas por ninfas
con las pieles desnudas.
Eran citas de euforia,
festejos colosales,
que dejaban destellos
de pródiga alegría.
Cortejada la vida,
el amor y la gloria:
no habían imposibles
a los logros mejores.
Pero vino el relámpago
precursor de tormentas,
pregonero del duelo
que acecha a mansalva.
Trepanando los cráneos
con ideas difuntas, creando una atmósfera
de divina tragedia.
Poco a poco engendraron
la hiel de la tristeza,
matando cada atisbo
de mínima esperanza.
Nostalgia de las voces,
los paisajes, la hermosa,
los ardores cercanos
del fuego apasionado.
Nostalgia acumulada
por aquellos tizones
que en las noches oscuras
prendieron osadías.
Aventuras sin límite
a galope tendido,
para hallar amistades
en lejanas distancias.
Pero nada ha quedado,
el presente se impone
y no existe futuro:
tan solo habrán cenizas.
Los espejos de antes
reflejan despedidas
y por todo equipaje
me llevo la palabra.
Dic. 2010.