Ya no son los poetas
los que escriben,
mas si las mariposas
con sus alas,
cuando ponen al rayar
de la mañana,
lentejuelas de luz
sobre la escarcha.
Cuando dejan sobre la siesta
de la tarde
su largo velo, febril,
entretejido,
de relucientes hebras
parpadeantes
sujetas por alfileres
de colores.
Vienen de muchas partes,
encantadas
por una mano prestidigitadora,
prodiga en hechizos
forasteros,
que buscan reposo a sus afanes
sobre dinteles
de jardines tuyos.
Y cuando los breves guiños
vespertinos
comienzan su desfile
con las horas,
son las mariposas
nuevamente,
las que ciñen la luz
anochecida,
en un éxtasis final
de resplandores.