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Recuerdo el rio Nilo como un trago muy largo

pasando por la tráquea de una ciudad inmensa,

bulliciosa, hirviente, suplicando respuesta

a su sed milenaria: fraguada en el desierto.

Arenas luminosas y hasta reverberantes

que cegaron a tantos, pero no a la Esfinge

que sigue imperturbable escrutando horizontes,

por ver si retornaran esos Magos de Oriente.

Esos Reyes astrónomos que seguían cometas

como buenos augures de los cuerpos celestes,

tras un alumbramiento  profetizado en  libros

que custodia,  celosa, la gran Alejandría.

Biblioteca suprema: en tus aulas dejamos

rendido el intelecto a tu sabiduría,        

salimos cabizbajos, sintiéndonos tan poco,

pero a la vez dichosos por haberlo vivido.

Hoy los niños de España se echan a la calle,

porque llegan los Magos cargados de regalos,

otra vez se interpretan el oro, incienso y mirra

que llevan en su sino los bienaventurados.

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