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Historia de un Lienzo

En esta oportunidad queríamos compartir con nuestros amigos, una idea de raigambre taurina y que Hernán Moscoso ha sabido plasmarla magistralmente en un lienzo. La mañana del 27 de Septiembre pasado (1984) llegaba la noticia del cable internacional : Francisco Rivera Paquirri ha muerto por el cuarto toro de la tarde, en la plaza de Pozoblanco,  provincia de Cordoba. Como? Paquirri? El tú

rero de mayores facultades físicas y más poderoso de nuestros días? Y es que Paquirri podía con todos los toros. Llevando el toro al caballo ? Y donde bien es Pozoblanco que ahora no lo recuerdo. Estas y otras interrogantes se agolpaban en la mente, mientras trataba de asimilar el impacto de la tragedia. Pero es que no ha sido fácil de aceptar el trazo inexorable del destino. Al contrario, desde entonces martillea en el cerebro la misma idea machaconamente. Ha sucedido igual que con Joselito, que con Ignacio Sanchez Mejías y que con Manolete. Los cuatro diestros, salvando las distancias en el tiempo y en su toreo , se han visto envueltos por el mismo halo de muerte. De Muerte predestinada que se depara solo a los escogidos. Pues como bien dijo Lord Byron “ los predilectos de los dioses mueren jóvenes “.

 

La historia se repite. Bien dijo Azorín “vivir es ver volver”. La mañana del 17 de Mayo de 1820, los madrileños leían totalmente excepticos, la famosa crónica de Santos Corochano “ A Joselito le ha matado un toro”. Como ?  Donde ?  Un toro burriciego que, luego de arrancarse de lejos, sorpresivamente

No vio ya de cerca  ( que para eso era burriciego) la “salida” que le dio el diestro reaccionando al alarido de advertencia del gentío.  Habíaacudido a Talavera de la Reina, en vez de torear esa misma tarde en la feria Isidril de Madrid. Porque según dijera: en Talavera también tienen derecho de paladear su toreo. Allí estaba, complaciente con los aficionados, pletórico  de conocimientos y facultades, sin rehuir el compromiso que para él era igualmente bueno que el de la primera plaza del mundo. Y como podía morir el más sabio de los toreros que jamás haya existido ? Solamente por “un mal fario del destino” como se dice de Despeñaderos para abajo. Porque como buen sevillano y mejor andaluz “aurea de Roma andaluza le rodeaba la cabeza” Y así, los idus de Mayo de los antiguos Cesares, porque Cesar de la tauromaquia es Joselito, habían decidido su muerte en las astas del toro “bailaor”. He allí como se iniciaba la secuencia trágica para estos cuatro toreros valientísimos, superdotados de facultades físicas, poderosos, honrados hasta el extremo y en el pináculo de la fama en el momento de su muerte. No había nada que hacer: los idus romanos de la muerte navegaban por el Guadalquivir, desde su nacimiento en Cazorla, Jaén, pasando por Córdoba la sultana del Califa Manuel Rodríguez Manolete, para seguir aguas abajo hacia Sevilla. La de Joselito e Ignacio y para ir a morir en las marismas, tras alcanzar Barbate, la cuna de Francisco Rivera Paquirri. Nuestras vidas son los ríos…….

 

Y que se puede decir de Ignacio Sánchez Mejías que ya no se lo haya dicho el príncipe de los poetas? Peón incomparable, banderillero excelso, que dejo sin metáforas al mismísimo Federico que solo atino a escribir: “que tremendo con las ultimas banderillas de tinieblas”. Muletero versátil, estoqueador seguro. Señor en la plaza y fuera de ella. Pero tenía una cita con el destino de los ídolos y mimados de la fama. Por eso volvió a los ruedos y una tarde del 11 de Agosto de 1934, en la plaza de Manzanares (como no, otro pueblo pequeño donde acudió con la entrega de siempre) iniciaba su faena con un pase sentado en el estribo: siendo cogido por el toro de nombre “granadino”. Su amigo lloraría “que no puedo verla la sangre de Ignacio sobre la arena.” Pero el sí pudo verla! Y sin aceptar una intervención operatoria entonces, se fue a Madrid donde fallecería dos días más tarde. Ignacio Sánchez Mejías era tan señor que tuvo parsimonia hasta para morirse ¡!

 

Manuel Rodríguez Manolete se nos aproxima más en el tiempo. Parco, serio y hasta casi triste: supo imprimir a su toreo un dejo de estoicismo, que parecía vaticinar la muerte prematura atornillada en el ruedo. Como atornillaba sus zapatillas a la arena Manuel cuando embestían los toros. Torero entregado a su profesión como pocos (como Joselito e Ignacio) ondeo su pabellón taurino en lo más alto de todas las plazas del mundo. Méjico  atestiguo sus hazañas, igual que los comienzos épicos de Sánchez Mejías y Lima paladeo su arte como hiciera 20 años antes la vieja plaza de Acho, cuando toreara Joselito. La historia se repite, Manolete traía en su muleta el “ángel andaluz” de su Córdoba natal. Torero poderoso no  rehuyó plaza o ganadería alguna. Y así, enfrento su cita con el Destino en la plaza del pequeño Linares, un 28 de Agosto de 1947, toreando miuras! Allí estarían las astas de “islero” para  cercenar la vida del estoqueador prodigioso. De esta manera se repetía la secuencia trágica: diestro famoso, pletórico de facultades, plaza de segunda pero en la que había que cumplir, pues así lo impone la hombría de bien.

 

Hecho semejante acontecía con Paquirri hace unos días, cuando igualmente rico y famoso: no rehúye torear en Pozoblanco donde aguardaba el toro “avispado”. Diestro que jamás flaqueara ante el público, salía a entregarse por entero, desde el saludo de recibo (ay las largas de Paquirri a portagayola) hasta que rodara sin vida su antagonista. Nadie puede quitarle la etiqueta de muy honrado y pundonoroso, como nadie puede dejar de admirar su hombría a la hora de la muerte. La entereza pasmosa que ofrecieron las cámaras de televisión en la enfermería de la plaza de Pozoblanco. Un hombre, hombre desde la montera a las zapatillas. (como Manolete que se desangrara 24 horas en una camilla, con el solo consuelo de un cigarrillo. (Que ni a su novia la dejan pasar). Como Ignacio tomando parsimoniosamente el tren para ir a Madrid, llevándose una cornada mortal de necesidad.

 

El ejemplo cimero que dejan José, Ignacio, Manuel y Francisco a las generaciones venideras no tiene parangón en la tauromaquia. Aquí de hinojos, todos los banderilleros. No ante una pintura, no. Pero si ante la hombría autentica de unos diestros que siempre derrocharon vergüenza torera. Héroes del infortunio, lloraron y lloraran por ellos el mujerío que embellece las plazas de toros. Pero llorar por hombres así, es poco. Se debe más bien morirse un poco con ellos. Más al amparo de una esperada resurrección.

 

Ese día, cuando el cielo se vista con sombrero de ala ancha y las nubes con sus vestidos de volantes, sevillanas, rocieras, marismeñas: sonaran las trompetas de la Resurrección para anunciar el paseíllo de la Gloria. Paseíllo en el que irrumpirán en el ruedo celeste los cuatro andaluces eternos: José, Ignacio, Manuel Y Francisco para recrear nuestros ojos con la estética incomparable de su toreo inmortal!!

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