Volver a Capri, Si, pero en la misma nave
y con los mismos años si posible fuera,
sobre la propia cubierta, amanecidos,
tras una noche de amistad y vino.
Ya la primera luz trae el contorno
piramidal y excelso de la isla,
estallando los rayos en sus flancos
mientras tratan de ascender hasta la cima.
Porque Capri, en si misma, es una cuesta
que arranca de la verde mar turquesa,
una joya que se engarza a la corona
de la cúspide donde luce su grandeza.
Mirador al que llegamos en carruaje
tirado por una acémila graciosa,
que ladea un sombrero en sus orejas
para ofrecernos retratos del paisaje.
Un horizonte circular, a todas vistas,
privilegio de los mediterráneos.
No hay nubes, ni bruma, si distancia:
casi alcanzamos Italia con las manos!
Honrado sea el vino
aun cuando pueda anegaros,
porque el naufragio es bueno:
si es que tiene “solera”.