Los poetas no mueren,
se van a su manera.
Se quedan repasando
metáforas y rimas
en el vital espacio
entre mil y un galaxias.
Así, escucho los cantos del bosque
de Neruda,
igual silba el velamen del velero
de Alberti,
perviven altivos los aceituneros
de Hernández
y chisporrotea cálido el Romancero
lorquiano.
Solo Caballero Bonald discrepa y afirma:
“ somos el tiempo que nos queda”.
Pero ese tiempo únicamente reza
en el planeta
y pierde su devenir avasallante
cuando entra en el cosmos,
infinito.
Mientras la poesía se escriba
a la enésima potencia,
ese paréntesis nebuloso, imprevisible,
al que las matemáticas nos llevan,
allende el mas allá.
Perduraran los versos, todos,
porque en ellos apoya y configura
su sustancia la inmortalidad.