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Capri (Recordando a Antonio Dalmau)

Volver a Capri, Si, pero en la misma nave

y con los mismos años si posible fuera,

sobre la propia cubierta, amanecidos,

tras una noche de amistad y vino.

Ya la primera luz trae el contorno

piramidal y excelso de la isla,

estallando los rayos en sus flancos

mientras tratan de ascender hasta la cima.

Porque Capri, en si misma, es una cuesta

que arranca de la verde mar turquesa,

una joya que se engarza a la corona

de la cúspide donde luce su grandeza.

Mirador al que llegamos en carruaje

tirado por una acémila graciosa,

que ladea un sombrero en sus orejas

para ofrecernos retratos del paisaje.

Un horizonte circular, a todas vistas,

privilegio de los mediterráneos.

No hay nubes, ni bruma, si distancia:

casi alcanzamos Italia con las manos!

Honrado sea el  vino

aun cuando pueda anegaros,

porque el naufragio es bueno:

si es que tiene “solera”.

                             

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