De ruiseñores llena la cabeza
como la de aquellos niños
soñadores,
vástagos del coraje y la quimera
que crecen inquietos,
seductores.
Quieren partir volando,
grácil ente,
por un cielo rotundo
en purpurinas,
crisol de metafísicas
futuras,
arpegios de presencias
cantarinas.
Forman la sinfonía,
desmembrada,
a fuerza de silencios
escondidos,
vierten la entonación
de las corales
por atrios dispersos
y pe diodos.
Aves que aletean
incansables,
dentro de una sesera
portentosa,
no conocen La Paz
ni el desencanto,
Insisten en su lucha
melodiosa.
Surgen todas las dudas,
temas, conjeturas,
proclives a enredarse
nuevamente.
Un deshojar de margaritas,
primerizas,
en pos de una verdad
inexistente.
Pero vuelve el dasafío
a ensañarse,
una y otra vez,
con el cerebro.
Que no puede dar salida
a tanta idea,
que no alcanza a vaciar
la propia fuente:
ese acervo colosal
de su palabra
y el hechizo prodigioso
de su rima.
Atisbos de pasión,
escorzos de ternura,
terminan envueltos
por las nubes.
Que impiden irradiar
toda su fuerza.
Frenéticos bemoles
sostenidos.
Afanes irredentos
de hermosura.
Dic. 2012.