Acunado en sus brazos, Oh niño pequeño
y asido jubiloso al calor de sus senos,
semejas anidar en la esfera del Cielo
de donde has venido con cara sonriente.
Succionas apacible elixir milagroso
que logra devolverte esa aureóla divina,
el latido de vida que fue tu compañero
yacíendo enamorado en la paz de su vientre.
Niño de sus entrañas, hoy te vuelves de todos
los que ansiamos quererte con afán desmedido,
una llama encendida en el fondo del pecho
un amor convertido en deseo ferviente.
Murcia, Julio 19, 2003.